viernes, 14 de junio de 2013

Discurso sobre la exposición de Antonio García Orio-Zabala en la Biblioteca de Extremadura


Antonio García Orio-Zabala con sus "legionarios" del taller del Diario HOY
 
En la cristalera que separa la redacción de diario HOY de la zona de Fotocomposición o taller (tal como lo llamábamos hasta hace poco acordándonos de otros tiempos) en esa cristalera digo, estaba pegada con papel adhesivo y hasta el día de mi jubilación una vieja fotografía en color.

En esa foto se veía a Antonio García Orio-Zabala rodeado del regente y demás personal del taller del periódico en la sede de la plaza de Portugal. Orio-Zabala era por entonces Redactor de Cierre y en aquellas fechas el redactor de cierre ejercía su labor en el taller.

   Estoy por asegurar que fue una de las épocas más felices de la vida periodística de mi padre. Se encontraba muy a gusto, en taller, rodeado de linotipias, fresadoras, cajas, rotativa y acompañado de cajistas, linotipistas, fresadores, hombres de la rotativa, correctores... Y todo ello mezclado con el dulzón olor del plomo, que impregnaba  el ambiente y el estruendo que alcanzaba límites insospechados cuando arrancaba aquella rotativa fabricada en Manchester en los años veinte del pasado siglo.

 

Una rotativa que sonaba igual que la locomotora de un tren expreso.

Antonio García Orio-Zabala era feliz allí, en el último destino laboral que tuvo, rodeado de sus "legionarios" como llamaba cariñosamente a los compañeros de la ruidosa noche en el viejo taller de la plaza de Portugal.

  Por entonces se reencontraron las dos vocaciones de Antonio. La Pluma y la Espada. Periodista y escritor pero rodeado de sus "legionarios". Poeta pero con el Himno de infantería en el recuerdo. Dramaturgo y narrador pero con el uniforme en la memoria y en la nostalgia.

Antonio García Orio-zabala tuvo claro desde muy niño que quería ser militar. Como su padre, el comandante de infantería Enrique García Salcedo o como sus tíos carnales Juan, capitán de infantería, y Carlos, comandante de Estado Mayor.

 

A sus trece años, ya huérfano, Antonio, quería ir a la Academia General Militar de Zaragoza. Su padre murió en un hospital militar a  consecuencia de las heridas recibidas en África. Duró poco tiempo tras su regreso a Badajoz. Sus tíos Carlos y Juan cayeron en Amnual. Un desastre en toda regla hasta el punto de que el Estado Mayor del ejército español fue masacrado con el resto de las fuerzas de infantería y caballería. El ejemplo heroico de su padre y tíos llevaron a Antonio al colegio de María Cristina para huérfanos de militares. Y allí fue creciendo su vocación castrense aunque ya empezaba a desarrollar otra que quizá ni él mismo sospechaba.


Desde el primer curso como "cristino" Antonio comienza un diario. Un diario muy periodístico, pese a que está escrito por un adolescente de 13 años, donde cuenta los avatares del centro y su convivencia con los compañeros. Y también refleja una afición taurina que no le abandonará nunca y que entonces centraba en un torero: Victoriano de Laserna.

 Pero Antonio no le daba importancia a estos quehaceres narrativos y lo militar seguía invadiendo su espíritu. Terminó sus estudios en el colegio y se dispuso a ingresar en la Academia de Zaragoza. Entonces  el cielo le cayó sobre su cabeza. La República cerró la Academia militar. Azaña lo explicó diciendo que se cerraba para modernizar el Ejército Español.

 

La frustración de Antonio García Orio-Zabala fue total. Muchos años después, cuando mi padre era redactor de noche y yo corrector y teníamos el mismo horario, regresábamos a casa de madrugada, acompañados por Tacones su "amigo del alba", el chucho de La Marina que lo esperaba cada noche en el cruce de las calles Menacho y Vasco Núñez.

 

  Entonces me dijo una frase definitiva. Tenía mi padre más de cincuenta años y aún le obsesionaba aquel cierre. Habló con un deje de tristeza: "A la única persona que le ha guardado cierto rencor en mi vida ha sido a Manuel Azaña. Por cerrar la Academia militar de Zaragoza. Me rompió todas las ilusiones".

  Tras aquel fiasco Antonio Orio-zabala se matricula en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid e inicia la carrera pero sin ilusión ni ganas y al poco tiempo regresa a Badajoz donde trabaja llevando alguna finca propiedad de su madre.

 

A partir de entonces comienza a escribir con más frecuencia. Lo hace en revistas y periódicos de la época. Contacta con narradores y poetas y se va desarrollando su faceta de escritor al tiempo que lee mucho. La biblioteca de su padre estaba bien surtida con los novelistas de moda como Trigo, Zamacois y otros  además de los clásicos....

   Pero todo lo para la guerra civil. Una guerra que también se cobra su precio en la familia como se lo cobró la guerra de África. Su hermano Enrique muere en el frente de Madrid al alcanzarle un obús. Ni tan siquiera se pudo recuperar el cuerpo del alférez Enrique García Orio-Zabala destrozado por la metralla cuando avanzaba al frente de su sección.

 

 Enrique sería  laureado a título póstumo. Su muerte motivó que Antonio no hiciera el curso de alférez provisional como pretendía porque su madre le rogó que no lo hiciera. Temía perder a su hijo mayor como había perdido a los dos Enrique: Su marido y su segundo hijo.

   Y así Antonio hizo toda la guerra de sargento (graduación que le correspondía por ser galonista en el colegio de huérfanos militares) en el regimiento Castilla XVI formando en la compañía de infantería que mandaba el pacense Miguel Valaer, su capitán y amigo. Tres duros años en el frente en los que fue herido y condecorado con dos cruces rojas de guerra.

  De regreso a la vida civil estuvo varios meses en Madrid, a donde se trasladó la familia, recuperándose y fue entonces cuando escribió "Primera Medalla".

 De la guerra no le gustaba hablar. Mucho tiempo  después, tras otra noche de trabajo en Hoy, y sentados los dos a las tres de la mañana en las butacas de la Marina que los camareros amablemente dejaban fuera, me contó una historia del frente. Una historia de peligros, de ataques, contraataques y metralla. Fue la única vez. Nunca más volvió sobre el tema de la guerra. Y nunca se quejó. Ni de la guerra ni de nada en la vida.

  Estoy seguro de que su gran obra "La última fanega", la interrumpe cuando relata la marcha del Rey y el  triunfo de la segunda república, porque Antonio no quiso seguir con las vicisitudes de la guerra civil. No queda incompleta la novela como algunos creen, a causa de la temprana muerte del autor, no. Mi padre vivió varios años más al llegar a ese punto de la narración. Lo sé muy bien porque yo mecanografié el manuscrito. Y, una vez pasado a máquina todo el original, le pregunté en numerosas ocasiones: ¿Cuándo vas a continuar Papá?... "Ya lo haré, cualquier día me pongo. Ahora me da una poco de pereza porque tengo que narrar la época de la Guerra y son muchísimos personajes y varias historias que se cruzan"... me respondía siempre.

 Pero fue dejando pasar los años. Le dolía pienso yo, revivir la guerra, y cuando retomó el relato ya era tarde. La enfermedad le negó la prórroga.

   Mi padre murió joven. A veces me sorprendo pensando que yo tengo cinco años más de los que él tenía cuando falleció tras luchar con valentía y decisión durante dos años contra el cáncer.

   Antonio fue feliz, como dije al principio, como redactor de cierre. Fue feliz en aquel viejo taller con sus "legionarios". Y fue feliz y animoso en todos los trabajos que le encomendaron en HOY. Y vivió feliz con su mujer Dolores Calderón y sus hijos y sus amigos. Pero el destino no dejó que esa felicidad se prolongara. Una multitud de aquellos amigos, de toda clase y condición, lo despidieron en su funeral.

   Al momento de su muerte Antonio García Orio-zabala dejaba tras de sí un amplio bagaje periodístico y literario con sus  cientos de Buenos Días y otros títulos. Con sus crónicas  y sus tareas de calle, facturadas en esa prolongación de la redacción de HOY que era la Cafetería La Marina. Un periodismo que no se limitó a la anécdota, a la historia. Desde que acabó la carrera, que hizo cuando ya estaba casado y porque su amigo Narciso Campillo, director de  HOY, le convenció,  el siempre defendió a los "sendos hombres" tal como afirma Unamuno que es deber de la gente de letras. Y por eso tuvo sus problemas con aquellas autoridades de la época que no admitían la crítica.

 

Por sus escritos lo detuvieron en una ocasión y lo destituyeron como alcalde de La Albuera. "Arriba la Póliza" y "Navidad en Tinieblas" se llamaron aquellos dos peligrosos y humorísticos artículos que resultaron contundentes  "ataques" al régimen en opinión de algunos jerifaltes...

 

A la postre, resultó una clara victoria de la pluma  libre de un hombre que nunca se plegó ante el régimen ni tampoco se aprovechó de su condición de vencedor en la guerra. Siempre mantuvo, eso sí y hasta el último instante, su admiración por el general Franco.

 

 Mi padre fue, sobre todo, un humanista y un hombre libre. Un  poeta que cantaba al aroma de los lirios del Gévora  y que plasmaba su poesía en libretos de  la Suite de la Hispanidad, o del Romancillo de Pascualete y otras composiciones en colaboración, entre otros, con los maestros Berzosa y Albero. Y que puso letra al pasodoble de su amigo Juan López Lago y a otros pasodobles que se interpretaron en plazas españolas y portuguesas y fue un dramaturgo que escribió comedias, juguetes, cómicos, sainetes.... Era lo que más le gustaba. Su facilidad para el teatro resultaba portentosa.

 A las alumnas de varias generaciones del colegio del Santo Ángel les escribía un sainete cada año.  Ahí están Mañana de Paz, El fuerte del diablo, Compuesta y sin  Novio.... Sería muy extensa la relación de todos.  ¿No será momento de editarlos recogidos en un tomo? ¿No será el momento de volver a  representar  su estampa extremeña Cortijeros  que se estrenó en Badajoz y que la compañía de Luis Benito Arroyo, Rosita Sabatini y Miguel Armario llevó con éxito por toda España?¿No será momento de editar su "Primera Medalla" (Una historia que le plagiaron  en Hollywood) y "El Jatero" , publicadas ambas con gran número de erratas y hasta con ausencia de texto en una edición muy descuidada, y  "Cuando la Batalla de la Albuera", y "Luna de miel" y el resto de sus otras novelas cortas?.

 Ojalá que esta petición no caiga en saco roto.

  Por de pronto algo ya se ha logrado con esta exposición de la obra de Antonio García Orio-Zabala que acoge la Biblioteca de Extremadura. Algo muy importante que agradecemos los hermanos García Calderón y el resto de la familia.

   Tengo una doble pena. Que mi madre y mi hermano Antonio no hayan podido vivir este día.

   Gracias  al Director General de la Consejería de Cultura, y gracias muy especiales a mi amigo “Chiqui”, que así lo conozco desde que nos matriculamos de ingreso de bachillerato en los salesianos de Puebla de la Calzada. Gracias “Chiqui”, gracias entrañable Joaquín González Manzanares, director de la Biblioteca, por todo el empeño que has puesto para que esta exposición fuera una realidad. Y también agradezco la presencia de Javier Fragoso, nuestro alcalde que ha tenido la amabilidad de estar presente en este acto inaugural.

 

Mis agradecimiento igualmente a los que han intervenido y para los asistentes. Muchas gracias a todos en nombre de la familia.

  Aprovecho para pedir al Ayuntamiento pacense que dé a una calle de Badajoz el nombre de Antonio García Orio-Zabala. Creo, sinceramente, que es de justicia. Una calle de aquel Badajoz que Orio-Zabala supo retratar con fidelidad y cariño. Ese Badajoz, al que tantas vece cantó, al que tanto quiso. Ese Badajoz que llevó en el corazón hasta su muerte.

lunes, 10 de junio de 2013

Fe de erratas



Revisando carpetas encontré esta mañana una curiosa que hace tiempo había perdido de vista. Se trata de mi colección de erratas de prensa que a lo largo de los años he ido recopilando con la intención, una y otra vez aplazada, de escribir un libro, librito, carpetilla, opúsculo o lo que quieran ustedes sobre el este tema de las erratas periodísticas.

Pero pasa el tiempo y no me pongo al trabajo. Por eso hoy voy a sacar a colación algunas de las erratas que componen mi colección.

Las erratas de prensa son de temas variados y de distinta índole. En algunos casos yo las califico de sabotajes o, como mínimo, de erratas intencionadas a causa de las circunstancias de la época o a consecuencia del talante guasón o de la mala uva de cualquier redactor, corrector, linotipista etc. Toda la amplia gama de profesionales que hacían antaño un diario. Ahora, con los ordenadores, las cosas son diferentes y las erratas, que también las hay, resultan menos escandalosas.

A mi parecer, en ese apartado de la errata intencionada encajaría la siguiente:
 

Se inauguraban las nuevas instalaciones de la feria ganadera de Zafra. El Ministro de Agricultura que presidió el acto, y en el diario (no quiero citar los nombres de los periódicos) salió una información a cuatro columnas con dos fotografías idénticas y paralelas, abriendo el texto.
 
En la primera foto se veían cinco hermosos merinos precoces y el pie de foto señalaba: "El ministro de Agricultura y sus acompañantes durante la visita al ferial". En la segunda fotografía figuraba el ministro acompañado de un séquito de cuatro personas. Y el pie de foto decía: "Magníficos ejemplares de merinos precoces subastados en la tarde de ayer".

Estoy convencido que lo anterior no fue una errata sino un sabotaje o la acción premeditada de algún cachondo mental.

Caso distinto, creo yo, fue la errata aparecida en un diario navarro y que ha sido calificada alguna vez como "reina de las erratas". En primera página y a cinco columnas, una fotografía recogía el momento de la ordenación de varios sacerdotes que aparecían arrodillados y con el obispo al fondo de la plaza que acogía la misa de campaña. En el titular se leía. "Pese a la falta de vocaciones el señor obispo ordeñó ayer a cincuenta nuevos sacerdotes".
 
Para que ustedes se den cuenta del poderío de una tilde...

Un querido compañero escribió un interesante trabajo sobre el templo de Jerusalén. No recuerdo a cuento de qué venía publicar aquel articulo sobre ese tema. El caso es que se deslizó una errata grotesca. El periodista escribía que la techumbre del famoso templo se hizo con los "famosos cedros del Líbano". Y lo que salió fue que aquel techo estaba compuesto de los "famosos cerdos del Líbano".

El articulista quiso aclarar el tema y al día siguiente escribió: "El avispado lector captaría rápidamente la errata que se deslizó ayer en mi trabajo sobre el templo de Jerusalén. Son los duendecillos de imprenta los que jugaron la mala pasada, ya que donde decía "los cerdos del Líbano" queríamos decir "los cerdos del Líbano".

¿Errata?....¿Sabotaje?... Como ustedes quieran.

Hoy no les canso más. Quizá otro día vuelva con más erratas.

jueves, 6 de junio de 2013

Michiko la cantaora


Juan Miguel Ramírez Sarabia. "Chano Lobato"

Conocí a Juan Miguel Ramírez Sarabia en la década de los noventa. Fue en Cádiz, su ciudad natal y tras una gran actuación del último gran intérprete de los cantes de Cádiz en el auditorio del Parque Genovés, que ya no recuerdo ni como se llama por la de veces que le han cambiado de nombre. Por entonces creo que era el auditorio José María Permán.

Los más avispados ya saben que me estoy refiriendo a Chano Lobato, nombre artístico de Juan Miguel Ramírez.

En aquella ocasión me presenté a Chano al que con su permiso entrevisté. Desde entonces mantuve algún contacto con el artista nacido en el flamenquísimo barrio de Santa María.

Chano Lobato, fallecido en su casa de Sevilla en el año 2009, era un genial cantaor pero también tenía el don de la palabra. Sabía contar como nadie anécdotas y "cosillas curiosas" como él decía. Oirlo contar "sus cosas" era un sabroso recreo.

Recuerdo una de sus historias más celebradas. Chano por aquellas fechas viajaba con cierta frecuencia a Japón donde el flamenco ganaba enteros cada dia. En la ocasión que nos ocupa fue contratado por un bailaó japonés que pagaba muy bien. Por eso acudió Chano, aunque ya no cantaba "por detrás" sino que era una reconocida figura. Pero los yenes que soltaba aquel bailaó del sol naciente lo convencieron para acompañarlo.

"Y eso que el gachó aquel, de bailaó, mu poco...Eso si... ¡daba ca patá al suelo!...definió Chano al artista nipón

Un dia se le acercó Michiko la cantaora, una de las estrellas de aquel cuadro flamenco nipón. Michiko compartía cartel con Chano al que respetaba y casi adoraba. Para la artista nipona Chano Lobato era el no va más del cante. Con cierta timidez le dijo al maestro que le quería consultar una cosa.

- Lo que quieras niña, faltaría mas. Tu dirás... - le respondió amablemente el cantaor gaditano.

Y la japonesa, en su más que discreto español le soltó: "Maestro Chano, me gustaría que me oyera en el cante por calamares y me diera su opinión"....
 
 

- Si, -respondió Chano- Sin problemas niña...Pero te has confundido. Tu te refieres al cante por caracoles...

- No maestro Chano. Yo quiero que me escuche en el cante por calamares...

-Pero vamos a ver chiquilla... ¡Que no hay ese cante, joé!...Insisto, tu quieres decir caracoles...Cante por caracoles...

Y el Chano entonó los caracoles que la japonesa escuchó con deleite.

- ¿No ves?. Este es el cante que tu quieres que yo te oiga. Lo calamares son para freírlos y tomárselos con una servecita, ¡so despistá!...

- ¡Que voz tiene usted maestro! - dijo MIchiko- pero ese no es el cante que yo digo... Eso que usted ha cantado son caracoles...

- Pues claro, caracoles. ¡Ahora canta tú!... Que yo te oigo y te digo lo que me parese...

-Pero es que- insistió Michiko- yo quiero cantar por calamares...

- ¡Joé con la niña y sus trese!...Bueno está, entónate y vamo a vé que cante por calamares es ese, Michiko de mi arma....

Y Michiko tosió un par de veces, se acompasó las palmas y entonó:

- "Que te quiero yo, que te quiero yo mas calamares que me parió"....

Michiko todavía se pregunta porqué el maestro gaditano soltó aquella carcajada y se marchó llorando de risa cuando ella no había hecho más que empezar su cante por calamares...



miércoles, 5 de junio de 2013

La isla barcelonesa

 
 
El Ayuntamiento barcelonés, que preside el señor Clos, ha
decidido que su urbe se convierta en una isla. Por el norte, sur, este y oeste, la bella Ciudad Condal está rodeada de un mar taurino. No es de sorprender que tal cosa ocurra por la parte que limita con la ‘bárbara y cruel’ España. Pero choca un tanto en lo que concierne a la parte de Navarra y el País Vasco.
 
 
Claro que en esos lares norteños casi todos sus toreros han sido ‘maketos infitrados’, como ocurre, por ejemplo, con Castor Jaurreguibeitia Ibarra, Cocherito de Bilbao, con apellidos muy ‘ajenos’ a la realidad vasca.
 
 
Y lo más sorprendente es que la otrora dulce Francia se haya convertido en una ‘saboteadora de la cultura’ con sus largas ferias de Arles, de Nimes, de Floirac, de Mont de Marsan.
 
 
Todo el ‘medidodia’ galo presenciando corridas de toros y con protagonistas como Castella o Loré, y un largo etcétera, que se miran en el espejo del ‘neo converso’ Nimeño II.
 
 
¡Que eso es lo que pasa, un grupo de ‘bárbaros’ contagiados por los españoles! Un grupo de ‘neo conversos’ desde hace 180 años… Desde entonces se celebran corridas de toros en las antiguas Galias.
 
Así que Barcelona, (una ciudad en donde mostraron su quehacer en la Monumental gente tan ‘poco catalana’ como Joaquín Bernardo o Mario Cabré) no es que sea una ciudad antitaurina.
 
 
Es una ciudad aislada. Y los aislamientos llevan a la diferencia. Y la diferencia, a la desconfianza (propia y ajena).
 
 
Pero todo lo da por bien empleado aquel Ayuntamiento si expulsa del entorno cultura barcelonés a personajes tan ‘españolistas’, ‘grotescos’ y ‘decadentes’ como Picasso, Goya, Hemingway, Orson Welles, Lake Price, Víctor Adam, Edward Orme… por citar solo unos cuantos de ‘desarrapados’ amantes del ‘degenerado espectáculo’. Pues con su pan (con tomate) se lo coman.
 
 
Lo que es yo, no pienso catar a partir de ahora ni una butifarra ni un ‘espetec’. Y no por hacer el boicot a los productos catalanes, sino por que entiendo que el Ayuntamiento barcelonés también prohibirá el ‘asesinato’ de tantos miles de cerdos con los que se fabrica, por ejemplo, el salchichón de Vich. Si no se puede actuar en la Monumental como matador de toros bravos tampoco se podrá actuar en el matadero como matador de cerdos mansos. O todos o ninguno. En caso contrario corren el riesgo de una rebelión en la granja.
 

Paseíllo y palco




            Cuarenta años dan mucho de sí. Cuarenta años es una vida. Y cuarenta años, casi, los he pasado en diversos destinos que me encomendó  la dirección del diario HOY.

            Al cabo del tiempo, cuando las hojas del otoño ganan metros a los rebrotes de primavera, es curioso constatar como las evocaciones, los recuerdos, se basamentan más en hechos alegres, en circunstancias amables que en periodos menos graciables. 

Será, digo yo, por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor o, simplemente, por una especie de coraza que amortigua los flechazos del tiempo. Porque en cuarenta años trabajando en “Hoy” he tenido de todo. Momentos muy buenos, momentos muy malos y momentos que ni fu ni fa, pero algunos de ellos curiosos y hasta chistosos.

            En una efeméride como la que ahora nos ocupa (el 75 aniversario de “mi”  periódico, mío porque me he dejado más de media vida en él) prefiero centrarme en aquellos instantes que aun hoy en día, pese al paso de los años, me hacen sonreír e incluso en ocasiones, soltar la carcajada.



            No voy en consecuencia  a contar nada de mi etapa de redactor político de La Transición porque sería amargar la vida a más de uno. Ni tampoco de  mis tiempos de redactor de calle, ni de mis últimos años como jefe de edición. 

Para mejor deleite del lector me centraré en los 12 años en que fui redactor de deportes. Curiosamente fue la época en que obtuve una mayor popularidad y seguimiento. Sería cuestión de preguntarse qué de verdad interesa al pueblo, si lo “interesante” o lo “importante”. (Y ponga el lector en orden esta pregunta si se atreve, tras el titulo europeo de la selección española de fútbol).

            Vamos con alguna anécdota que me pide mi querido compañero, y sin embargos que valgan, buen amigo, Julián Leal.

            Allá por la primera vez que el Badajoz descendió a tercera me encontraba alicaído. Que un club de los más antiguos de España tuviera que patearse los campos de esa categoría suponía un quebranto. Y sin embargo resultó todo lo contrario. Por aquellas calendas  un gran equipo del Badajoz comenzó a visitar villas y ciudades extremeñas. Y por causas  más o menos ignotas el veterano conjunto blanquinegro se convirtió en una especie de Papá Noel. 

Por lo que fuera (que yo todavía no lo tengo claro,  pues a esta alturas me sigue sorprendiendo la afición pacense) los seguidores del Badajoz se apuntaron a los viaje y acompañaban al club a todas sus visitas, y en gran número.

A mí, que, llevaba entonces unos cinco a seis años de redactor de deportes, no dejaba de sorprenderme la actitud de los aficionados blanquinegros



”Esto no hay quien lo entienda – le comentaba a mi querido ayudante Fernando Echave – No había  forma de llenar el  Vivero y ahora se apunta hasta la tía de Carlos”.

Pero así era. Sorprendente. Incluso recuerdo un Vivero (entonces no existía el Nuevo) con tres cuartos de entrada para un partido entre el Badajoz y el equipo de la Muy Heroica Villa.  Perdimos, los de La Albuera, creo recordar por 14-1. Pero es igual. Sigo igual de orgulloso de haber nacido en el pueblo de la Batalla.

    No había visto algo semejante desde el partido de Copa del Rey que emparejó al Real Madrid con el Badajoz. El Viejo Vivero se llenó hasta las escaleras. Y aquí la primera anécdota. La noche antes del partido oficial Badajoz-Real Madrid entrevisté al entrenador madridista  Di Stefano en el Hotel Zurbarán.  No recuerdo qué pregunta le hice a don Alfredo pero le sentó muy mal. A la “Saeta Rubia” se le nota enseguida el cabreo, pero me contestó a esa y diez o doce preguntas más y cuando le di las gracias me espetó.

            -“¿Ya acabastes boludo?”…

            Y se largó a su habitación. Quede constancia que mi admiración por el mejor futbolista de todos los tiempos sigue intacta.

   Jugaba el Badajoz en San Vicente de Alcántara. Llegamos a la localidad norteña de la provincia pacense y los directivos  del club local recibieron a la prensa muy bien. Entonces las “medios informativos eran cuatro gatos. Inquirí donde podíamos situarnos y un señor nos dijo: “Allí”.

“Allí” era atravesar el campo de juego, con pocas gradas pero a reventar de público. Se trataba de cruzar aquella especie de corral a lo largo y por el centro. Así que Fernando Echave, Alfonso Rodríguez y un servidor iniciamos el “paseíllo”. Hubo voces entre el público más o menos curiosas:

            -“Alfonso, no te pongas en nuestra portería que te vas a aburrir”…
            - Enrique, no tienes ni puta idea de fútbol”….
            - ”Fernando, Edu (ex del Badajoz) está “cabreao” contigo”…

Seguíamos  por aquel camino del desierto hasta que una maciza y ronca voz restalló:

            “Enrique: A ver que coño escribes mañana….¡So cabronazo””….

            Alfonso, Fernando y yo conseguimos llegar, tras el  singular “paseíllo”, hasta las localidades asignadas, donde desembarcamos todavía con las risas que nos provocó aquella buena voz. Risas que compartimos con directivos y aficionados sanvicenteños.



            Más curioso fue en Aceuchal. Ante la visita del Badajoz la directiva del club local erigió  en el centro de la zona de tribuna un “palco”. Lo hizo con la mejor voluntad acondicionando uno de aquellos  artilugios agrícolas que arrastraban los tractores. 

Aseguraron, mal que bien,  la improvisada tribuna tras abrir uno de los laterales del remolque y allí nos ofrecieron con un gesto de graciable hospitalidad un sitio a Prensa y Radio (que entonces éramos, ya digo, cuatro gatos) y a los directivos del Badajoz y sus acompañantes. 

Todo iba perfecto hasta que en un momento volví la cara y vi al presidente blanquinegro Antonio Guevara (puede dar fe de lo que relato) que, sujetándose y levantándose al tiempo de  la silla que ocupaba, gritaba con gesto de susto:

            “¡Esto se cae!”.

            Y tanto. El artificio se vino al suelo. Aquel palco apresurado se derrumbó. Yo caí sobre Fernando y tras el momento de susto (un momento más o menos largo para los protagonistas)) oí al querido Echave: “Enrique ¡Quítate de encima, que no me puedo mover!”

            Y yo le respondí:

-       “¡No puedo, tengo una gorda sobre mis espaldas!”

            Aquella señora que me aplastaba se quejaba amargamente mientras me prohibía cualquier movimiento:

            -“¡Ay por Dios”… Me la he roto, seguro que me la he roto”…. plañía lastimeramente la mujer que me aprisionaba.

            En pocos instantes varios samaritanos amables colaboraron en arreglar el entuerto. No pasó nada. Se  llevaron a la señora entrada en carnes y yo pude liberar a Fernando.  Entre los accidentados de la enteca tribuna solo había que lamentar alguna magulladura y poco más.

            Al poco tiempo le pregunté a uno de aquellos samaritanos que se habían llevado a la señora que me aplastó:

             “Por favor, ¿Qué le ha pasado a la señora obesa que se cayó encima de mi?… Se quejaba mucho… ¿Se ha roto la muñeca?.

            -“No -me respondió rotundo y muy serio aquel ciudadano de Aceuchal- Lo que se ha roto es la faja”.